Reseñas - Exposición | |
El Tesoro Arqueológico de la Hispanic Society of America | ||||||||||
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En el convento de los Dominicos de la Madre de Dios, en Alcalá de Henares reconvertido por la mano de los arquitectos en Museo Arqueológico Regional, se escuchaban los cantos de los fantasmales monjes en la tarde del sábado 10 de enero. La nieve cubría los tejados y en la plaza de las Bernardas se habían helado los chorros de la fuente.
Un soplo divino, las lecturas de los viajeros de la época y las clases del hispanista anglofrancés Jorge Bonsor, quien le instruyó en sus comienzos durante el tercer viaje que realizó a España. Entonces descubrió Huntington la villa de Itálica (Santiponce) y la necrópolis de Carmona, dos de los reductos sevillanos más interesantes de la arqueología española. ¿Qué hay que hacer para que lo que no es mediático despierte el interés del público? O mejor le damos la vuelta a la pregunta: ¿Por qué lo que no es mediático no despierta el interés del público? El Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid abre sus salas a una parte de la colección de la HSoA (recordemos que no se trata de una fórmula química), y lo hace de manera exquisita, con un diseño didáctico en el que es el espectador, entendido o no en la materia, se siente atraído por los contenidos y por el continente, porque la iluminación, la luz, y la disposición de los objetos dirige la mirada hacia los puntos clave de la muestra. Los comisarios plantean la exposición en un circuito cuadrado, perfectamente trazado, con la entrada flanqueada por dos de las primeras piezas que Huntington compró en España (Diana cazadora y torso masculino), procedentes de la Itálica romana. En el centro, abriendo un audiovisual sobre la biblioteca de la HSoA, cuyos fondos se presentan en el catálogo de la exposición, ilustrados con algunos de los libros más interesantes.
En las vitrinas se agolpan las piezas, las primeras dedicadas a cerámicas y hierros medievales, con platos y azulejos de Manises, cerraduras de arcones y baúles talladas por las manos expertas de los orfebres. De la colección de Antonio Vives, la HSoA conserva la parte que no adquirió el Museo Arqueológico Nacional y que el mecenas compró para que no dispersaran los fondos: puntas de flecha y de lanza, hebillas, exvotos y adornos. Destacan los bronces votivos: dioses y cabezas de toros, los uros ibéricos adorados por los primitivos. La selección impecable resume perfectamente el título de la muestra, porque se trata efectivamente de un tesoro compuesto por terracotas, fuentes, vasos, ungüentarios, broches, collares, brazaletes, lacrimatorios, flechas, lanzas… pero más allá de los objetos, entre los que se encuentra una vitrina original de la institución americana, están las intenciones de Huntington: "No son los cacharros o las armas del pasado lo que estoy buscando sino la mentalidad de los hombres que los utilizaron". En el espacio dedicado a la pintura hay un óleo que atrae por la fuerza expresiva de la mirada del retratado. Lo pintó Sorolla; se trata del arqueólogo José Ramón Mélida, con quien Huntington tuvo intensa relación como reflejan algunas de las cartas expuestas. Y tras la pintura, los monumentos sepulcrales de las tumbas islámicas de Almería fechadas en los siglos XI y XII. La colección de Itálica es espectacular: fuentes, botellas, lucernas, esculturas, cerámicas, terracotas, placas… porque fue allí donde pasó gran parte del tiempo.
El peine de marfil con escena de caza tiene una historia inventada: la de la princesa huida para no ser desposada con quien ella no quería. También aquella princesa lució sobre su pecho el majestuoso collar de cuentas de vidrio y adornos de metal dorado. Tal vez fue aquella historia la que hizo venir a España al romántico neoyorquino en busca de un amor imposible. Y entre los restos de La Cañada Honda de Gandul (Alcalá de Guadaira, Sevilla) la urna funeraria donde el cuerpo de un hombre se hizo polvo y su alma se fundió con la naturaleza. También ánforas, morteros, monedas, fichas de juego, dados, collares de cuentas, jarros de cristal, botellas y vasos. En la soledad, la inmensa soledad de las sala vacía del museo, el visitante se pregunta quién sería aquel hombre que fue enterrado con honores.
Sobre la fotografía, un apunte que no debo dejar escapar. Cuando el magnate puso sus ojos en nuestro país mandó a una dama de gusto exquisito a tomar imágenes de la España de principios de siglo. Se llamaba Ruth Matilde Anderson, y se llevó en imágenes la esencia y el alma de la tierra, pero también las figuras tristes de los hombres que moraban en las aldeas, aquellos cuya mentalidad quiso también conocer el gran Hungtington. Otro tesoro, uno más de los que se exhiben en el Museo Arquelógico Regional de la Comunidad de Madrid Juan Miguel Sánchez Vigil Universidad Complutense de Madrid
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